El joven Lovecraft

martes, 8 de mayo de 2007




El viernes día 16 de Marzo de este mismo año, se cumplió el 70 aniversario de Howard Philips Lovecraft. Coincidiendo con el mismo, el cómic El joven Lovecraft -una obra de Josep Oliver y Bartolo Torres-, salió a la venta en librerías especializadas de toda España.

El joven Lovecraft, narra en clave humorística la infancia del conocido escritor de terror norteamericano, el cual ha significado para el terror lo que Kant para la filosofía.

Diabolo Ediciones ha sido la encargada de publicar el cómic, que ganó el premio Art Jove 2005 al mejor guión de cómic en Balears.

Más información en el blog de El Joven Lovecraft.

Supernaturalis

Mis queridos amigos, bienvenidos de nuevo a Relatos desde el Umbral. Existen horrores del pasado que no deben nombrarse, y sabed que todo mito partió de la realidad en un primer momento...
A continuación incluyo un relato con el que pretendo homenajear la obra Dagón de H.P.Lovecraft, y se titula:



Supernaturalis
Por Roberto Julio Alamo

______________________________________________________________

Hydra, la mayor constelación en el firmamento cercano, donde Alfard y Epsilon-Hydrae refulgen con fuerza, siempre ha llamado la atención de los hombres. La gran serpiente que se retuerce, así aparece en los mitos griegos. Apolo envió a su cuervo –Corvus- para que buscara agua, pero éste descansó en su largo viaje. Finalmente, una vez había recogido el agua, trajo consigo también una serpiente acuática para justificar su tardanza. Apolo, dándose cuenta del engaño perpetrado, lanzó a Corvus junto a la taza y a la serpiente hacia el cielo, dando lugar así a las constelaciones de Hydra, Cráter y Corvus. La Hydra fue identificada por los griegos como Hidra de Lerna, vencida por Hércules siendo uno de sus doce trabajos. La despiadada bestia acuática de aliento venenoso hubo de enfrentarse a Heracles. Su guarida se hallaba en el lago de Lerna, en el golfo de la Argólida –cerca de Nauplia-. Decían los textos que bajo sus aguas se hallaban las entradas a los abismos, custodiadas por dicha bestia. Hija de Tifón y Equidna, fue criada por Hera cerca de la fuente de Amimone en Lerna. Lerna, fuente que Poseidón creó en memoria de Danáe, sirvió de morada a la bestia. Plinio, posteriormente, bautiza a Hydra como Madeo Mâter Mare en su libro “Alteramphiarâus Bestiarius Anômalus”, y menciona las ánforas, frescos y mosaicos en los que tal criatura se representa, a la cual dotan de vida de tal modo –tanto en descripciones literarias como en la tradición oral- que llega a parecer un ser existente alejándose de la mitología.

A continuación expondré los increíbles textos del escriba Alcibíades de Creta, marino versado en las letras, perteneciente a la corte de Duban, durante la etapa prealejandrina. En abril Sócrates había sido víctima de la reacción “democrática”, y no mucho ha de la paz de Antálcidas:

[...] Partimos de tierra de Alonis tras resolver asuntos de poca importancia. Surcamos las aguas del Egeo, el mar que vio morir despeñado y ahogado al rey del mismo nombre, y avanzamos hacia las costas de Persia. Viajaba junto a mi viejo amigo, Harmodio Anatolio, heroico soldado de alto rango, que portaba presentes para el ejército en su galeaza. Las milicias se mostraban inquietas y no cesaba el rumor de que Poseidón arremetería contra nosotros. Los temerosos marinos hablaban de la presencia de Hydra en el Egeo, que no mucho ha sumergió en su lecho líquido a varios navegantes de brava destreza. Decían éstos que los Rodios, los mejores navegantes que hemos llegado a conocer, sucumbían por igual ante la ira de la bestia.

Me inquietaba aquella reacción en los tripulantes, pero al cabo de dos días me acostumbré. Decidimos hacer un alto en el golfo de Tesalónica cuando nos topamos con los restos de un naufragio. Pedazos del mástil y el casco de un navío flotaban adustos y resplandecientes aún; los marinos en seguida –como temía- achacaron aquel percance a Hydra. Bien era cierto que los piratas de la zona habían perpetuado el mito de la bestia formando la Orden del dios Dagon -κόσμος,ου θεός,οῦ Δαηον-, pero aquella no era obra de saqueadores, sino de algo más despreciable si cabe. Ningún marino de los que tripulaban el barco hundido, ninguno había sobrevivido. Lamentamos su pérdida rezando porque su estancia en el Hades fuera lo más placentera posible y proseguimos con la ruta trazada. A varias yardas de las costas de Tesalónica, que aún no eran visibles debido a la calima levantada por las arenas africanas, cesó el oleaje y la mar quedó en silencio; luego comenzaron a bullir las aguas a modo de cocción, y alrededor parecieron desatarse mil tormentas. Todos estábamos nerviosos, pero el bueno de Harmodio Anatolio mantuvo la calma y reprendió a sus hombres por su visible cobardía. ¡Habrían de proseguir! Aún recibiendo las ordenes de mi viejo compañero, los navegantes temían encolerizar al dios de las aguas y de ese modo tentar a la suerte. Un grupo de hombres, los más susceptibles, hablaron de terribles y vengativos demonios del mar, los monstruos filisteos que raptaban a los hombres por la eternidad. Muchos aseguraron que los espíritus de los tripulantes del navío naufragado jamás llegarían al Hades, pues habían quedado prisioneros bajo las aguas del mar. El océano, que cautiva a los hombres, con su llamada los atrae y una vez se ha hecho con ellos jamás los suelta.

¡Qué espanto vieron mis ojos! No comprendía nada. La bruma –pues la calima se había disipado dando lugar a intensa niebla- ocupaba todo cuanto podíamos ver; a lo lejos, siluetas se fueron haciendo visibles, y pronto logré discernir entre las formas que allí se hallaban. Obeliscos con representaciones de extrañas y aterradoras criaturas se erguían ante mí; enormes bloques de piedra en forma de prisma que, titánicos, se elevaban mostrando aquellas rudimentarias tallas. Los jeroglíficos, que evidentemente pertenecían a épocas inmemoriales, correspondían a una civilización desconocida para nosotros los griegos. Las criaturas dibujadas en la piedra mostraban humanoides encorvados introduciéndose en el agua, extrañas criaturas anfibias; en las bases pétreas de tamañas estructuras, criaturas iguales a las anteriores pero descomunales –y por tanto mucho más detalladas- nadaban en aquel mar trazado en roca.

Hasta que Harmodio Anatolio no me lo certificó, no me tomé en serio que nos hubiéramos extraviado en el mar Egeo, pero así era. ¿Dónde demonios nos hallábamos? ¿Sería una burla de los dioses del Olimpo? ¿Se estarían mofando de nuestra desdicha? Las aguas se tornaron negruzcas y pastosas, y el avance de la galeaza deceleró hasta que finalmente encallamos. Sumidos en la desesperación, muchos de los marinos y milicianos se agazaparon y pidieron clemencia a voz en grito. Me recluí durante horas en la bodega de la embarcación, negándome a otear el horizonte de tan sombrío lugar. ¿Sería el tártaro donde estábamos? No puedo describir mi nostalgia, pues añoraba mi Ampurias natal y en ocasiones derramaba lágrimas por mi hogar. Hacía dos largos años que no había pisado la tierra que me vio crecer. De Éfeso me había trasladado a Pérgamo, y después a las costas de Alonis. Ahora ni siquiera sabía dónde estaba ¿Cuándo terminaría mi travesía? Inmerso en tristes pensamientos, escuché que algún marino gritaba y caminé hasta la cubierta. Varios tripulantes aterrados señalaban por la borda y decidí asomarme.

Una gran masa emergió del mar y todos retrocedimos al unísono. Algunos de los tripulantes corrieron a encerrarse en la bodega, y Anatolio, aunque también temeroso, mantuvo el aplomo necesario para impedir que los milicianos se amedrentasen. El encuentro con Hydra había llegado, y la bestia se irguió y arremetió contra el barco. Aquel monstruo, que según los marinos extranjeros era hermano del más grande demonio filisteo, se revolvió realizando extraños y ensordecedores sonidos, y observó a los tripulantes con desprecio. He aquí que los dioses reprimidos, desgajados de su corte, apartados de su puesto en la jerarquía, buscaban venganza. Aquellos que fueron olvidados, aquellos que tanto tiempo han aguardado, han de regresar, pues reclamarán lo que siempre fue suyo. Al observar a la bestia comprendí su magnitud, pues antes de que el primer hombre pusiera su pie sobre la faz de la tierra, aquel ser ya había vivido durante centurias. Sus ojos, que denotaban que lo había visto todo, no guardaban ninguna expresión ni humanidad, como los ojos del pez, terroríficamente inexpresivos. Una especie de saliva aceitosa cubierta de pestilentes grumos surgió de sus fauces, e hilillos de limo se entrelazaban con sus dientes. Entre la tripulación comenzó a haber arcadas, y pronto las nauseas estallaron en vómitos. Escabrosa situación ante la que nos hallábamos, puesto que existen cosas en el mundo que pueden desencadenar la mayor de las repugnancias.

Y aquella majestuosa bestia que era la gran Hydra de las profundidades insondables, aquel coloso monstruoso y bramante, no se asemejaba a la descrita por Homero en su obra. Su aspecto era similar al de un anfibio, al de un batracio monstruoso. Colosales membranas servían de unión para sus inmensas garras. Era más terrible que cualquiera de las criaturas que alberga el magín humano, y tanto miedo infundaba que imposible me es describir con palabras tamaña criatura. ¡Bestia nacida de Equidna, moradora de las aguas! Sin apenas esfuerzo apartó el mástil de su camino partiéndolo por la mitad. El monstruo, cual cíclope encolerizado, se abalanzó sobre la embarcación partiendo la estructura de madera; al verme en una situación tan peligrosa, reconozco que el pánico se hizo conmigo y perdí el conocimiento mientras no dejaba de observar a la bestia. No veía nada, aunque de vez en cuando el grito agónico de alguno de los marinos me helaba la sangre. No se como sobreviví a tan terribles acontecimientos. Amanecí cubierto de arena y empapado de pies a cabeza. Me encontraba mal, atontado. Tosí repetidas veces y miré a mí alrededor. Logré distinguir algunos olivares y vides comprobando que me hallaba en costa cretense, y al poco de avanzar por un sendero cercano, atisbé los edificios quedando perplejo. Piadosos fueron los dioses conmigo al depositarme de nuevo en mi hogar. ¡Por mis descendientes que jamás volveré a poner el pie en un navío! ¡Nunca regresaré ante el oleaje que esconde tales horrores! Así pues, dejo constancia de la fatalidad de mi viaje, y advierto a los navegantes que jamás osen tentar a la suerte, pues yo, habiendo sufrido lo aquí narrado, he descubierto que la sensatez ha de primar ante el valor para no tornarse temeridad
[...]

Multitud de historiadores del s. XIX –época en la que se dio con los escritos de Alcibíades de Creta- negaron que los textos pertenecieran a la época y los tacharon de una mera imitación. La controversia suscitada por dichos escritos se dilató en el tiempo hasta que en la tercera semana de Mayo de 1923, las vetustas páginas fueron robadas de los sótanos del Museo Arqueológico Ateniense. Actualmente se lamenta la pérdida del escrito, pues con los medios que tenemos a nuestro alcance hubiéramos salido de dudas de una vez por todas. Pocos son los que recuerdan la polémica del relato de Alcibíades, y menos aún los que defienden su veracidad.